Discapacidad y la Crisis Financiera en América Latina

Una Entrevista con Eduardo Joly

Eduardo Joly es sociólogo, usuario de silla de ruedas, y Presidente de Fundación Rumbos, organización no-gubernamental en Argentina que encara la accesibilidad desde una perspectiva de derechos humanos. Es miembro fundador de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad en Argentina, investigador y docente invitado al Programa de Postgrado sobre Discapacidad, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Integró el staff de NACLA, desde fines de los 60s a comienzos de los 70s. Su artículo “Discapacidad y Empleo: Por el Derecho a Ser Explotados”, ya publicado en castellano en la edición de Octubre de 2008 de Le Monde Diplomatique para el Cono Sur, aparecerá en la edición de Marzo/ Abril de NACLA Report on the Americas (en inglés, ver www.nacla.org ; para esta entrevista en inglés, ver http://nacla.org/joly ).

¿Cómo fue que te involucraste con NACLA y cómo era NACLA entonces?

En esa época estudiaba en la Universidad de Johns Hopkins (Baltimore, EEUU) y estaba bastante involucrado en el movimiento estudiantil, que se ocupaba principalmente de la guerra en Vietnam. Sin embargo, como latinoamericano, me preocupaban muchísimo las intervenciones de los EEUU en la región, de las cuales la invasión de los Marines en la República Dominicana (1965) había sido la más reciente. Sentía que el movimiento estudiantil tenía que ir más allá de centrarse exclusivamente en la guerra, y prestar atención a la naturaleza del imperialismo estadounidense. Sabía de NACLA desde sus comienzos y volví a cruzarme con ellos gracias a su “revolucionaria” Guía de Metodología de la Investigación sobre cómo realizar estudios sobre la estructura de poder imperante. Entonces, los llamé por teléfono y concerté una entrevista en Nueva York, y me tomé el bus Greyhound desde Baltimore para encontrarme con Fred Goff. A través de él, también conocí a Mike Locker. Me interrogaron a fondo sobre mis ideas políticas, mi trayectoria, mi interés en NACLA, y pasé la prueba. Como no había dinero, comencé sosteniéndome dando clases de castellano a señoras de la Avenida Park que querían acompañar a sus maridos en viajes de negocios por América del Sur.

Todo era muy intenso en NACLA. Trabajábamos en un pequeño departamento ubicado en el noroeste de la ciudad, atiborrado de archivos metálicos, maquinas de escribir, y toneladas de diarios y las transcripciones oficiales del Congreso de los EEUU que teníamos que leer todos los días, recortar y archivar. También teníamos que sacar el Boletín de NACLA. Reuniones interminables acerca de qué publicar, quién escribiría qué y para cuándo, quién haría la corrección de estilo, quien el diseño de página, y quién se haría responsable de imprimirlo. Mucha energía. Un fuerte compromiso. El teléfono nunca cesaba de sonar, con pedidos de grupos estudiantiles a lo largo y ancho del país solicitando información(,) y orientación acerca de cómo hacer investigaciones sobre la estructura de poder en sus universidades. Y reuniones con líderes del movimiento para analizar estrategias y de qué manera nuestras investigaciones podían ayudar y orientar al desarrollo de esas estrategias. Horas largas, a veces casi sin dormir, y una dieta muy básica para no desfallecer. Un sentido de urgencia, y la sensación de que estábamos haciendo historia. Parafraseando a C. Wright Mills: nuestras biografías, en plena evolución, orientadas a cambiar el curso de la historia. ¡Qué enorme desafío para quienes estábamos terminando nuestra adolescencia o teníamos 20 y tantos años!

Analicemos ahora tu formulación del vínculo entre discapacidad y la clase trabajadora. O, tal como lo teorizas, la manera en que las personas con discapacidad quedan por fuera de las luchas obreras porque están tan profundamente excluidas del empleo. ¿Cual es tu tesis al respecto?

La exclusión y expulsión sistemática de las personas con discapacidad (de aquí en más PCD) de la fuerza de trabajo bajo el capitalismo se fundamenta en el preconcepto de que las PCD son incapaces de realizar trabajo productivo, es decir, trabajo excedente, concepto éste último que está en la raíz misma de las ganancias capitalistas. Esta idea se la han “vendido” a los mismos trabajadores, de tal forma que admiten una situación de desempleo crónico luego de sufrir alguna lesión o enfermedad laboral. Y también se la han “vendido” a las PCD que se preguntan desesperanzados: “con tanto desempleo, ¿quien se molestará en contratarme?” Esta imposición ideológica es central a la exclusión de la discapacidad de la agenda de las luchas obreras; y también a la falta de esfuerzos organizados por parte de las PCD para reclamar empleos. Esta ausencia de organización se ve reforzada por la ideología dominante que presenta a la discapacidad como un problema que atraviesa a todas las clases sociales y que, en el mejor de los casos, debiera ser encarada desde una perspectiva humanitaria e individualista de derechos humanos. Bajo estas circunstancias, asumir una conciencia de clase y luchar desde sus propios intereses de clase se convierte en una proeza.

En este sentido, el titulo que le doy a mi articulo “Discapacidad y Empleo: Por el Derecho a Ser Explotados” adquiere su verdadero significado. La paradoja es que bajo el capitalismo, o bien explotas a otros (si eres un miembro “privilegiado” de la clase dominante) o bien eres explotado (casi todos los demás). Sin embargo, existe un sector de los explotados condenados al desempleo crónico; un sector cuyo tamaño y características responden a los ciclos de producción, de expansión y retracción económica. Según Marx, esta población excedente crece con el desarrollo de las condiciones técnicas de la producción, que, por un lado, expulsa mano de obra reemplazándola con maquinaria cada vez más avanzada, y que por otro lado, ocupa a esta fuerza de trabajo por períodos de tiempo cada vez más largos. La existencia de un sector de la clase trabajadora condenado al desempleo a raíz del trabajo excesivo impuesto sobre otro sector, permite que los capitalistas se enriquezcan. Esta población excedente asume diferentes formas, y los trabajadores pertenecen a ella cuando están desempleados o cuando trabajan a tiempo parcial. Sin embrago, hay un sector tan marginal del ejercicio activo del trabajo que sus miembros terminan viviendo bajo las peores condiciones, y puede desagregarse en tres grupos: aquellos capaces de trabajar (su número aumenta durante las crisis y disminuye cuando se reactivan los negocios); los huérfanos e hijos de pobres (candidatos al ejército de reserva y convocados como trabajadores activos en épocas de mucha actividad); y finalmente “los degradados, despojos, incapaces para el trabajo”, incluyendo, según Marx, a “las víctimas de la industria, cuyo número crece con las maquinarias peligrosas, las minas, las fábricas químicas, etc., de los mutilados, los enfermos, las viudas, etc.”.

¿Cuales son los contornos particulares de la luchas que conciernen a la discapacidad en Argentina? ¿Cuales son las protecciones legales disponibles para las personas con discapacidad en Argentina y cuál es el abismo entre las leyes y su implementación? ¿Y de qué manera la crisis financiera de comienzos de esta década en la Argentina afectó en particular a las personas con discapacidad?

En general, las luchas de las PCD en Argentina se han centrado fundamentalmente en que se aprueben leyes de derechos cívicos y humanos y que luego se cumplan. En este sentido, la ideología de brindar a las PCD acceso a la igualdad de oportunidades ha guiado a estas luchas. Se supone que las PCD pueden probarse a sí mismas y a los demás que son capaces de competir académica y laboralmente en el mercado abierto, siempre y cuando se les dé la oportunidad y se cumplan determinadas condiciones que equiparen las reglas, a saber: transporte accesible e instalaciones sanitarias para aquellos con limitaciones físicas; información accesible y medios de comunicación para quienes tienen limitaciones en la escucha, en la vista o con limitaciones cognitivas; educación de calidad, etc. Lo que esta manera de pensar ha dejado de lado, sin embargo, es que los puestos de trabajo sólo están disponibles para quienes son capaces de generarle a sus empleadores las mayores ganancias. Y a menos que las PCD puedan demostrar que son capaces de hacerlo, son descartados.

Comprender este prerrequisito es clave para comprender por qué la legislación inspirada en derechos cívicos o humanos a favor de las PCD es sistemáticamente ignorada por los empresarios y los gobiernos por igual. Ninguna legislación en sí misma cambiará el orden preestablecido. Recientemente, Naciones Unidas aprobó una convención internacional sobre los derechos de las personas con discapacidad. Y muchos países, incluyendo a Argentina, la ratificaron. Esta convención brinda protecciones formales que en algunos casos van mas allá de la legislación vigente en los países. Pero a menos que las PCD la usen políticamente en sus luchas cotidianas, y se centren en lo que ha demostrado ser el derecho más difícil de cumplir, el derecho a ganarse la vida mediante un empleo, esta Convención permanecerá en la esfera de las promesas que no se cumplen.

Quienes hemos comprendido esta lógica también hemos comprendido que nuestras luchas están íntimamente vinculadas a las de los trabajadores en general que luchan por mantener sus puestos de trabajo en periodos de contracción económica o recesión; a quienes luchan por condiciones de trabajo saludables y libres de accidentes para que puedan seguir ganándose la vida hasta alcanzar su edad natural para jubilarse; a quienes luchan por salarios dignos para subsistir: a quienes reclaman empleos para poder ganarse la vida y no depender de diferentes formas de caridad para sobrevivir. Paradójicamente, las PCD deben luchar “por el derecho a ser explotados”, por el derecho a ser considerados miembros genuinos de la clase trabajadora, para que a la larga esta lucha devenga en su opuesto: en el “derecho a no seguir siendo explotados”, alcanzable sólo dentro del contexto de una lucha por el socialismo.

En este sentido, la crisis en Argentina en los primeros años de esta década, forzó a muchos en el movimiento por los derechos de las PCD a hacer propia esta agenda. REDI—Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad—había estado hasta entonces en la vanguardia de la lucha a favor de legislación de derechos humanos y reclamando que la legislación vigente se cumpliera. La fuerte oposición parlamentaria a leyes de cupos laborales puso de manifiesto que todas las demás expresiones de discriminación se encontraban enraizadas en la exclusión sistemática del trabajo productivo, y que nuestra condición no era muy diferente a la de los desempleados en general, y que era absolutamente lógico vincular nuestras luchas con las de los desempleados que como nosotros, las personas con discapacidad, sufrían el mismo destino. Así fue que militantes de REDI se plegaron a los piquetes de los desempleados, participando en reuniones de trabajadores donde se discutían plataformas y estrategias políticas, y al hacerlo, acercaron a muchas organizaciones de los desempleados la idea de que luchar por los derechos de las PCD estaba en sintonía con luchar por sus propios derechos. Esta tarea se tornó más fácil en un contexto de desempleo generalizado y empobrecimiento que afectaba no sólo a la clase trabajadora tradicional sino también a amplios sectores de la clase media.

¿Cómo ves las luchas de las personas con discapacidad en términos de lo que se da en llamar “la ola roja” en América Latina? A la discapacidad, ¿se la concibe desde una perspectiva de clases en otros países de Latinoamérica?

Hasta el momento no suele pensarse a la discapacidad como una cuestión de clases en Latinoamérica. Me aventuraría a decir que una perspectiva de clases no es común en ningún lugar del mundo, ni en la Argentina. Cuando digo que REDI tiende a abrazar esta perspectiva, esto no significa que sea el punto de vista prevalente en otras organizaciones o entre las PCD en general. La ideología de que la discapacidad es un tema más allá de las clases sociales aún prevalece. Y esta ideología se encuentra reforzada por instituciones caritativas, por gobiernos, y por quienes siguen pensando en la discapacidad fundamentalmente desde una mirada médica, es decir, como algo que puede o debe ser curado en el cuerpo del discapacitado. Sin embargo, el impacto actual de la crisis estructural del capitalismo abre una oportunidad para replantear a la discapacidad como una cuestión de clase y para movilizar a las PCD como parte integral de las luchas de los trabajadores inducidas por esta crisis.

Dependerá de las PCD imponer sus plataformas políticas en la agenda de los gobiernos más progresistas o izquierdistas de la región. Y creo que su capacidad de lograrlo estará íntimamente relacionada a su capacidad de encararlo desde un contexto de luchas más amplias en el cual se involucre. Pero esta tarea demandará superar una mentalidad y una práctica de gueto muy instalada. Nuestra experiencia muestra que esto no es fácil de lograr, pero sí, posible, y ciertamente necesario. Se trata de reconocer que muchos de los problemas que aquejan a las PCD son esencialmente los mismos que vivencian otros sectores desempleados y empobrecidos, sean indígenas, rurales o urbanos. Los vínculos organizativos pueden o no existir hoy día, pero la oportunidad de establecerlos está en la agenda.

Tal como señalas, la crisis económica en el mundo hoy día ofrece una oportunidad singular para cambios profundos, si nosotros-la izquierda-la tomamos. ¿Qué tipo de reclamos programáticos piensas que la izquierda debería formular y que puedan evitar caer en la trampa de intentar beneficiar a las personas con discapacidad como si no fueran trabajadores en general?

En vez de inventar reclamos que pudieran beneficiar a las PCD, como si fueran una entidad totalmente diferenciada, la izquierda debiera reconocer que en un sentido la crisis actual del capitalismo está discapacitando a millones de trabajadores, al forzarlos a integrar el ejercito industrial de reserva. Y uso el termino “industrial” en un sentido muy amplio para referirme a cualquier sector de la economía, no sólo a la manufactura. Los millones que se encuentran desempleados, descartados, y por lo tanto no explotados directamente en el trabajo, enfrentan lo que enfrentan a diario quienes se encuentran históricamente excluidos del empleo. Los reclamos por empleos y condiciones de trabajo debieran ser los mismos para todos. Teniendo en cuenta que, hoy por hoy, los trabajadores con discapacidad son los últimos en ser contratados y los primeros en ser echados, la lucha por empleos necesariamente debe incluir el respeto de cupos laborales y prohibir que los empleadores echen a trabajadores que se discapacitan en el trabajo. Tampoco debemos olvidar que, para trabajar, muchas PCD precisan adecuaciones puntuales en sus puestos de trabajo así como transporte accesible para llegar al trabajo. El derecho a tener un empleo y ganarse la vida es un derecho compartido. En esto hay que poner el énfasis—en comprender que el capitalismo en vez de brindar una solución ha demostrado que no tiene ninguna. La lucha por empleos deber darse dentro del contexto de una lucha por ganar el control sobre las decisiones económicas y políticas que afectan la vida cotidiana de las personas, tanto en el trabajo como fuera de él. Aquí es donde la agenda por el socialismo tiene cabida.

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