Aunque hay 65 mil personas con discapacidad motriz, sólo hay cuatro edificios, una calle y dos ómnibus pensados para ellos. Las barreras arquitectónicas
discriminan tanto que únicamente el 16,5% de las personas en silla de ruedas tienen trabajo.
LUCÍA MASSA
Un escalón puede convertirse en una barrera. Le puede bloquear el paso a una persona, la posibilidad de ir a ver una película, hacer un trámite, trabajar
o estudiar.
A Diego Sanz le pasan algunas de esas cosas. Los 18 escalones de la entrada principal por Bulevar Artigas le bloquearon la entrada a la Facultad de Arquitectura,
por ejemplo.
Hace 11 años, Sanz salió a festejar con sus amigos que había terminado tercer año de arquitectura. De un momento a otro, le cambió "la perspectiva de vida".
A partir de esa noche, empezó a ver el mundo desde una altura de una silla de ruedas. Iba sentado en el asiento de atrás en un auto que chocó contra una
palmera a la altura de Coimbra y la Rambla. Sufrió una luxación en las cervicales seis y siete, se rompió la médula y no pudo volver a caminar.
Tres años después logró que la facultad pusiera una plataforma elevadora en la escalinata de la entrada, que "no tiene techo, casi ningún funcionario sabe
manejar y muchas veces no funciona". Pero Sanz sabe que es un privilegiado. Son muchos los discapacitados motrices que encuentran barreras arquitectónicas
que les prohiben el paso hasta para entrar a la escuela.
Desde que tuvo el accidente, Sanz se puso como objetivo "lograr la máxima independencia que fuera posible". Entonces tenía 22 años. Hoy tiene 33 y hace
tiempo sabe que es una meta casi imposible de alcanzar en una ciudad tan poco amable para los ciudadanos en su situación. "No me importa si me discrimina
la gente, es la ciudad la que me discrimina", señala Sanz, que finalmente se recibió de arquitecto y hoy asesora al Instituto Uruguayo de Normas Técnicas
(Unit) en el comité de accesibilidad al medio físico.
Montevideo le da la razón. En toda la ciudad hay una sola calle, una sola iglesia, un solo teatro, dos instituciones y dos ómnibus completamente accesibles
para discapacitados. Esos lugares son 18 de Julio -aunque sólo en el tramo que va desde el Gaucho hasta la Plaza Independencia-, la Catedral Metropolitana,
el Teatro Solís, la sede del Banco Interamericano de Desarrollo, y dos unidades adaptadas de Cutcsa que hacen un trayecto especial y no están integradas
a los recorridos habituales de la empresa. Son los únicos lugares que cuentan con la certificación de accesibilidad de Unit, cuya sede es la segunda institución
con esas adaptaciones.
Salvo determinadas rampas, que muchas veces están mal hechas, y algunos baños accesibles, ni Montevideo, ni mucho menos el resto del país están pensados
para los más de 65 mil discapacitados motrices que hay en Uruguay, según se desprende de la Encuesta Nacional de Personas con Discapacidad que el Instituto
Nacional de Estadística (INE) publicó en diciembre de 2004.
La encuesta detectó que el 7,6% de la población, unas 210.000 personas, padecen alguna discapacidad. Los problemas motrices figuran en primer lugar con
un 31,1%. En orden de importancia le siguen la ceguera, con un 25%; y la sordera, con un 13,6% del total de discapacitados.
Objeto de discriminación
Ese escalón que se convierte en barrera es el primer paso para la discriminación de miles de uruguayos. El primer lugar prohibido es, muchas veces, la propia
escuela. De hecho, no hay nada que obligue a los centros de estudio a eliminar las barreras arquitectónicas.
Y las encuestas lo dejan claro: mientras el 12,6% de los uruguayos de más de 25 años no completaron la educación primaria, entre la población con discapacidad
la cifra se triplica, según el INE.
Sin preparación y con problemas para acceder a gran parte de la ciudad, es muy difícil conseguir trabajo. Según el estudio del INE, sólo el 16,5 % de la
población económicamente activa con discapacidad, está empleada. Y el promedio de ingresos por trabajo es un 37% inferior al que percibe el resto de la
población.
Alberto Della Gatta, presidente de la Comisión Nacional Honoraria del Discapacitado (CNHD) y director del Programa Nacional de Discapacidad, es directo:
"El colectivo social de las personas con discapacidad vive discriminado, postergado, vulnerable y está afuera del sistema". Della Gatta asegura que el
80% de los discapacitados vive por debajo de la línea de pobreza.
"Los discapacitados en Uruguay no tienen posibilidad ni de formarse. Mal van a poder integrarse a una sociedad. Si no eliminás ni siquiera las barreras
físicas para que la persona pueda acceder a los centros de educación, estás discriminando por todos lados", señala Pablo Benia, director de Unit, que desde
1990 trabaja el tema de la accesibilidad.
El director de Unit cuenta una historia que él mismo vivió dentro de la empresa. Había un puesto vacante para atender el teléfono y decidieron buscar exclusivamente
entre personas con discapacidad para movilizarse. Los requisitos: secretaría, buen manejo de inglés y de informática. Después de un año de búsqueda, desistieron.
"Fue imposible encontrar a un discapacitado motriz que cumpliera con esas exigencias. Estuvo la firma Manpower colaborando de forma honoraria para conseguir
a esa persona. Estuvo la Comisión Honoraria del Discapacitado y la persona no apareció. A mí que no me hablen de la solidaridad del uruguayo mientras no
cambie este panorama", remata el director de Unit.
Para la sociedad, como el problema de la discapacidad "no se ve", entonces "no existe", sostiene el presidente de la CNHD.
Algunos investigadores lo llaman el "círculo de la invisibilidad". Della Gatta lo explica: "Son personas que no pueden salir de su casa, no tienen niveles
educativos altos, no logran entrar al mercado laboral, no consumen. Por lo tanto, ¿a quién le importan?".
Mucho más que rampas
"Te puedo decir que si el Estado uruguayo me mandaba a prisión me hubiese dado más facilidades de las que me dio, porque por lo menos me daba casa y comida".
Jorge Reyes quedó parapléjico en 1982, en un accidente en moto. Era soldador naval en el dique de la Armada. A raíz del accidente, se quedó sin trabajo
y no le dieron ningún tipo de pensión. Ese fue sólo el primer obstáculo. Apenas se pudo sentar en una silla de ruedas, la mutualista lo mandó para su casa.
"Nadie me enseñó a controlar esfínteres, o qué hacer con mi vida sexual, quedé a la deriva".
A sus 48 años, Reyes es el vicepresidente de la Organización Nacional Pro Laboral para Lisiados (Onpli), que brinda talleres en los que forma y da trabajo
a personas con discapacidad. Con el ruido de fondo de las máquinas del taller de lavandería, enumera las barreras arquitectónicas que todos los días le
recuerdan que el acceso en Montevideo no es universal. Ni siquiera en oficinas públicas. Un caso que todos los entrevistados mencionan y debería dar el
ejemplo: la Intendencia Municipal de Montevideo.
Si bien tiene rampas de acceso, son demasiado inclinadas y no respetan la pendiente necesaria para permitir el ingreso a una persona en silla de ruedas.
"La de la intendencia, en la entrada por 18 de Julio, no sirve. Si vas a subirla, te vas hacia atrás. Si te tirás en cuatro ruedas, te caes hacia delante",
explica reyes.
Un trámite es una tarea engorrosa para cualquiera, mucho más para un discapacitado. Reyes detalla lo que le pasó hace 15 días en la intendencia. Intentó
entrar por Soriano pero, como estaban arreglando la vereda, a nadie se le ocurrió poner un rebaje hacia el cordón. Tuvo que dar toda la vuelta por Ejido.
Y se encontró con un escalón. Alguien lo ayudó a subir. Pero la carrera con obstáculos no terminó ahí. "Después que salvé eso, encontré un rebaje de cordón
en Soriano, pero habían colocado un andamio en la puerta que no te dejaba subir. Más que la barrera arquitectónica es la barrera emocional que te encontrás
porque te das cuenta que nadie piensa en la gente en silla de ruedas. Es una lucha permanente", remata Reyes.
Las rampas tienen que cumplir una norma. "Si no, transformás un elemento de accesibilidad en una trampa mortal", señala el director de Unit. Graciela Mussio,
arquitecta del instituto, explica que la rampa de la intendencia tiene varios defectos: tiene una "pendiente muy pronunciada" y está "demasiado lejos"
del estacionamiento".
El diseño inclusivo, que se promociona mediante las normas técnicas de Unit, es aquel que "tiene en cuenta a todos los seres humanos", sostiene Mussio.
Esas normas establecen, por ejemplo, que la pendiente de una rampa deberá ser menor al 12% de inclinación si tiene menos de 1 metro y medio de largo. La
pendiente desciende al 6% si el largo de la rampa se ubica entre los 10 a 15 metros. Conseguir un certificado de accesibilidad de Unit es gratis. Además,
las normas son de acceso libre y están colgadas en la página Web (
www.unit.org.uy).
Pero en Uruguay sobran los ejemplos de improvisaciones mal hechas.
Hay casos mucho peores que la intendencia. Para Reyes, "el peor" es el Palacio de la Luz. No tiene rampa de acceso para sortear los escalones de la entrada.
Las veces que tuvo que ir, terminó entrando por la rampa del garaje, con una variedad de condicionantes. "Una rampa impresionante, por la que obviamente
necesitás que te ayuden, que sólo está habilitada para el personal y tenés que lograr que te deje entrar el empleado de turno".
Las fotografías digitales tomadas por el director de Unit desde el ventanal de su oficina dejan en evidencia los múltiples obstáculos que encuentran tres
turistas discapacitados que intentaron visitar la Plaza Independencia. Escenas como esas se repiten todos los días en el punto turístico más fuerte de
la capital. "La Plaza Independencia sigue cumpliendo la función para la cual la crearon. Es una fortaleza que sigue siendo inexpugnable. Al menos a los
efectos de una silla de ruedas", afirma Benia.
El director de Unit asegura que, "a esta altura", está cansado de utilizar el argumento de la inclusión y la solidaridad. Y plantea el problema en términos
económicos. "Ya que por razones éticas o humanitarias no nos estamos preocupando por nuestros discapacitados, aunque sea como negocio, preocupémonos por
los turistas, que en su gran cantidad son de tercera edad". Benia estima que cada mañana llegan de 10 a 15 ómnibus de excursiones y que uno o dos de ellos
transportan exclusivamente a turistas de la tercera edad.
De hecho, Unit se encargará de acondicionar la plaza más concurrida del centro para que sea accesible. Eso después de un largo papelerío que demoró la obra
que pretenden inaugurar durante 2008. "Nos llevó ocho o nueve meses que nos autorizara la comisión de la Ciudad Vieja. Lo vamos a hacer porque es una vergüenza,
verdaderamente".
Esa es la situación de los espacios o edificios públicos. La de las construcciones privadas puede llegar a ser incluso peor. A Della Gatta no paran de llegarle
denuncias de discapacitados que viven en edificios de apartamentos sin rampa de acceso. "Llegan porque el consorcio del edificio no los autoriza a hacer
una rampa en la entrada porque consideran que queda fea. Eso pasa todos los días", concluye.
A los edificios vallados hay que sumarle el mal estado de las veredas. Ese cóctel explosivo que lleva a que las personas en silla de ruedas opten por transitar
por el medio de la calle con todos los riesgos que eso supone. Por lo general, si la calle es muy transitada, van a "contramano", explica Sanz. El tránsito
no es el único peligro. Llegar a la calzada también supone un riesgo. "Además de que las veredas no están en buenas condiciones, la pendiente de las rampas
de los garajes no es adecuada. Pero lo peor es que esa rampas tienen una especie de escalón chico al terminar la bajada que es muy peligroso". Sanz cuenta
que se cayó varias veces y se pegó en la cabeza más de una vez.
Diseño para todos
Tanto Sanz como Mussio, arquitectos que promueven la accesibilidad, repiten una y otra vez el concepto de pensar un "diseño para todos", que facilite la
movilidad de todo el mundo. Es la solución contraria a la que encontró la Facultad de Arquitectura para que Sanz pudiera ir a clases. Ocho años después
del accidente se colocó un ascensor que comunica con el segundo piso pero que tiene varios inconvenientes. Sanz lo denomina una "solución parcial". Cada
vez que lo usa, hay que "prender la llave general". Además, quedó "un poco angosto". La silla de Sanz mide 70 centímetros y es más chica que la estándar.
Él tiene que "sacar los pies de la silla" para poder entrar. Un discapacitado motriz de más tamaño no lo podría usar. A eso hay que sumarle que la puerta
es batiente hacia fuera. "Puedo salir del ascensor solo pero no puedo entrar. Es un ascensor que parece una obra de arte en cierta forma, porque hay que
usarlo, sino se atrofia".
De todas maneras, comparada con el resto de las facultades, arquitectura está muy avanzada. La Facultad de Psicología es otra de las que posibilita el acceso.
Pero no hay ninguna 100% accesible, sostienen en Unit. O les falta un baño para discapacitados o no permiten el acceso a todos los pisos.
Los arquitectos explican que el "diseño universal" no es más caro, siempre que se conciba desde el proyecto. Para adecuar un edificio lógicamente habrá
que gastar más. Y, a veces, será imposible. "Si el pasillo es angosto, es imposible de resolver. El técnico que está a cargo del espacio público o de un
oficio tiene que conocer estas normas para tenerlas en cuenta", sostiene Mussio.
Pero la accesibilidad no está incluida en los programas formales de la carrera de arquitectura de la Universidad de la República. Los únicos alumnos que
aprenden sobre accesibilidad son aquellos que se encuentran con un docuente de taller sensible al respecto. El arquitecto jubilado Jorge Galíndez hasta
hace poco integraba el Instituto de Diseño y fue coordinador de la Unidad de Estudio de Accesibilidad. Galíndez considera que está bien que la accesibilidad
se enseñe en los talleres y no en las materias teóricas. Pero explica que, en la práctica, quedó "sumamente restringida" y no se ha logrado "generar consciencia"
al respecto. "La actividad docente está limitada a alguna charla en la que se convoca al centro de diseño o directamente algún alumno se acerca al instituto
a hacer alguna consulta puntual sobre accesibilidad mientras prepara la carpeta".
Galíndez dice que todos los arquitectos deberían tener presente la accesibilidad "apenas agarran el lápiz para empezar a proyectar" y que eso debería considerarse
"tan importante como cualquier otro elemento de los que están en la tapa del libro de lo que hace el arquitecto".
De hecho, la intendencia cuenta con el decreto 22.463, del 24 de octubre de 1985. Establece que "la construcción, ampliación y reforma de los edificios
públicos y privados destinados a uso público, así como la planificación y urbanización de las plazas o parques públicos deberán posibilitar el acceso y
utilización de personas discapacitadas. También señala que los edificios, calles y parques que ya existen deberán "adaptarse gradualmente". Y establece
que, como mínimo, el 3% de las viviendas de los "conjuntos habitacionales" que se construyan deberán estar adaptadas para discapacitados.
Con la normativa arriba de la mesa, cualquier arquitecto municipal podría hechar para atrás una obra que no previera el acceso de los discapacitados. Por
eso, para Della Gatta, uno de los problemas fundamentales es que los técnicos de la intendencia "no terminan de incorporar el tema de la accesibilidad".
Della Gatta, que en la década de 1990 trabajó el tema de la discapacidad dentro de la intendencia, cuenta que se llegó a invitar a arquitectos brasileños
para concientizar a los uruguayos. "Pero no logramos que abran la cabeza".
Cuenta un caso que vivió en el año 1995, cuando se hicieron los primeros rebajes de cordón en 18 de Julio. "El visto bueno final lo da una arquitecto pero
recuerdo que fui a revisar la obra después de que el arquitecto la aprobara y hubo que rehacer algunas cosas". Por ejemplo, habían hecho un rebaje donde
estaba el viejo café Sorocabana pero nadie se dio cuenta de poner otro en la vereda de enfrente. O sea que habían construido una rampa que sólo conducía
al medio de la calle.
Con tantas prohibiciones, es difícil que la ciudad no le termine por ganar a la voluntad. Sanz intenta no dejar de salir por los problemas de accesibilidad,
pero reconoce que cada vez está más cansado. "Te vas acostumbrando al medio, ¿por qué tenemos que seguir adaptándonos si el medio lo construimos nosotros?".
Cuando tuvo el accidente, salvaba los obstáculos con la fuerza física de sus amigos que en ese momento rondaban los 25 años. Pero ahora, a no ser que la
salida lo "tiente mucho", usa uno de los selectos lugares a los que es fácil acceder, tienen baño para discapacitados y no segregan. Son muy pocos. "Es
que no es sólo el acceso. Muchas veces vas al cine y quedás ubicado en un corredor, en un pasillo, lejos de tus amigos o familiares. Pasa gente y tenés
que correrte. Te empieza a cansar".
Esa segregación se repite. Hay lugares que pretenden sortear sus propias barreras separando a los discapacitados del resto. Reyes cuenta que es el caso,
por ejemplo, del Teatro de Verano. "Se había dejado un espacio vacío entre la parte alta y la platea, para ubicar sillas de rueda. Pero ¿qué pasa? Si vas
con un familiar o un amigo que está silla de ruedas, ¿lo vas a dejar solo en el último anillo? No tiene sentido ubicar al discapacitado en la guardería
mientras vos te vas a verlo a otro lado. Ese tipo de cosas que parecen insignificantes son muy importantes".
El aislamiento que sufren los discapacitados quedó reflejado en la encuesta del INE. Un 44% necesita ayuda de otra persona para desplazarse fuera de su
casa, frente a un 15,8% que precisa asistencia dentro del hogar. Es decir que la enorme mayoría de los discapacitados pierden autonomía e independencia
si se atreven a salir a la calle.
Discapacitados sin "zapatos"
El transporte supone otro gran obstáculo, para algunos incluso mayor que el de las barreras arquitectónicas. Desde hace años en Onpli intentan revertir
el aislamiento que sienten los discapacitados, sostiene Reyes. Pero para llegar a la institución hay que sortear una de las barreras más difíciles: el
traslado. "Es imposible hablar de inclusión si el discapacitado no puede llegar a ningún lado. Ni a la institución, ni a un centro asistencial ni a la
rambla a tomar mate", argumenta Reyes con rabia.
Cree que el transporte es "la primera barrera arquitectónica". "Si yo voy a una parada y no puedo tomarme ningún ómnibus, eso es discriminación". En toda
la flota del transporte colectivo sólo hay dos unidades de Cutcsa acondicionadas con elevadores electro hidráulicos, que hacen trayectos especiales. Se
trata de las líneas "A" y "B", que circulan entre Aviación y Punta Gorda, y entre Playa del Cerro y Punta de Rieles, y pasan por los principales centros
hospitalarios. El lanzamiento de estas unidades se hizo en 2005. Sesenta discapacitados lo usan por día.
Hoy, en la página web de la empresa se puede leer que "Cutcsa es consciente de que para la movilidad de las personas discapacitadas ésta no es la solución
definitiva, pero sí es el comienzo para que el transporte público de Montevideo sea inclusivo".
El viernes 22 de febrero la empresa anunció la renovación de su flota, con 250 unidades nuevas. Ninguna de estas unidades está adaptada para discapacitados.
Ruben Riera, encargado de Relaciones Públicas de Cutcsa, sostiene que la empresa decidió quedarse sólo con esas dos unidades después de ver que la renovación
de la flota de las cooperativas "no incluyó ni un ómnibus adaptado". Riera dice que "la intendencia podría haber dicho que equis cantidad de unidades tenían
que ser adaptadas para que no fuera sólo Cutcsa, que sí tiene su responsabilidad social bien clara, para que fueran todas las empresas. Los podía haber
obligado a tener por lo menos un coche pero no hizo nada".
Hasta ahora, la división Transito de la Intendencia Municipal de Montevideo no anunció ninguna medida nueva sobre transporte público para discapacitados.
El director de Tránsito, Gonzalo de Toro, no contestó los llamados de Qué Pasa.
Tanto UNIT como la CNHD creen que la solución pasa por adaptar el transporte público. Es un tema resuelto en muchas ciudades, incluida Buenos Aires.
Una de las alternativas es colocar coches con plataforma baja en todos los trayectos. Es decir que cada tantas unidades de una misma línea, una sea accesible.
Otras ciudades adecuaron todos los coches.
Para paliar el problema del transporte, la CNHD implementó el Servicio de Transporte para Personas con Movilidad Reducida: tres camionetas que realizan
1.000 viajes al año. Pero Della Gatta asegura que es un servicio "ineficiente, costosísimo y deficitario". "Hace lo que puede tratando de llevar gente
sobre todo a centros de rehabilitación. No sirve más que para eso. No satisface la demanda". Además, tienen problemas de recursos para el mantenimiento
y algunos días se quedan sin chofer, porque son becarios.
Sin duda, la barrera del transporte aísla más al más pobre porque el que tenga los recursos necesarios podrá acceder a comprar un auto con régimen especial
según la ley 13.102 de 1962, que permite a las personas discapacitadas comprar un vehículo nuevo o usado sin pagar impuestos. Hoy el tope son 12 mil dólares.
"Yo pregunto, un trabajador común, ¿de dónde saca 10 mil dólares para comprar un auto? A mí que no me hablen más de justicia social porque es totalmente
injusto. El auto para lisiados no es ningún lujo para un discapacitado. Son los zapatos de cualquiera", sentencia Reyes.
La discriminación no sólo se siente a la hora de trasladarse, estudiar o trabajar. En las últimas elecciones, Sanz se encontró con una barrera arquitectónica
que le prohibió ejercer el voto secreto. El cuarto de votación de la escuela de Pocitos era tan chico que no pudo entrar con la silla. Al final, el hermano
de Sanz fue el que se encargó de poner el voto.
Diseño universal
El instituto uruguayo de Normas Técnicas señala que "la accesibilidad es la condición que cumple un ambiente, objeto o instrumento, sistema o medio para
que pueda ser utilizado por todas las personas en forma segura, equitativa, y de la manera más autónoma y confortable posible".
Las normas de Unit son minuciosas. No dejan nada librado al azar. De esa forma, aseguran que la buena voluntad vaya de la mano con la realidad. Y en Montevideo
sobran los ejemplos contrarios.
Sólo en el capitulo referente a "rampas", Unit tiene más de 20 normas. La pendiente es uno de los puntos críticos más importantes. Dependerá del largo de
la rampa y oscilará entre 6% y 12% de inclinación. Y el pavimento "debe ser firme, antideslizante y sin accidentes". También hace advertencias para tener
en cuenta antes de la construcción. Por ejemplo, "prestar atención a la resolución de los desagües de aguas pluviales de los espacios anexos, evitando
que la rampa funcione como un medio colector natural de los mismos".
Así, al tener en cuenta el ancho que debe tener un pasillo en lugar de uso público, el "mínimo" aceptable es 1,20, el "óptimo", 1,50. En viviendas particulares,
el ancho mínimo es de 90 centímetros. También plantea normas para agarraderas, bordillos, pasamanos, edificios, puertas, grifería, cruces y puentes peatonales,
entre otros.
Uno de los espacios que más hay que pensar es el baño. Es un tema básicamente de espacio y altura. Según las normas, se debe disponer de un espacio al lado
del inodoro, que como mínimo deberá medir un metro 20 por 80 centímetros. Así, se posibilitará la transferencia de la persona de la silla al water. Todo
cambia de altura. Por ejemplo, el dispensador de papel deberá colocarse entre los 1,20 metros y los 80 centímetros; y el borde inferior del espejo a una
altura máxima de 90 centímetros sobre el nivel del piso terminado.
Otro punto importante es que la bacha tenga un espacio libre por debajo de 70 centímetros de alto, por lo que los lavatorios que incluyen muebles o soportes
grandes imposibilitan que los use una persona en silla de ruedas.
Sillas anfibias
En Pocitos, a la altura de la rambla y Pagola, una rampa de material les da la bienvenida a los discapacitados. Además, una segunda rampa de madera les
facilita el acceso hasta la orilla. Preparados con sillas anfibias que flotan en el agua, los docentes del programa de atención a las personas con discapacidad
invitan a entrar al mar a las personas con discpacidad motriz. "El ambiente acuático les gusta mucho porque les permite hacer movimientos que en tierra
no pueden hacer", explica Sofía Rubinstein, coordinadora de este programa de la Intendencia Municipal de Montevideo.
Es un programa que realiza actividades para discapacitados con distintos problemas. Por ejemplo, para los ciegos se juega con un tejo que emite un sonido.
Y realizan deportes adaptados de todo tipo, por ejemplo vóleibol, más lento o con más toques. Cuentan, además, con sillas especiales con ruedas grandes
que permiten desplazarse con más facilidad en la arena. En invierno tienen otro cronograma de actividades, para el que se abrirán las inscripciones el
4 de marzo.
Rubinstein, que hizo una maestría en discapacidad en Brasil, explica que el deporte es importante no sólo a nivel físico sino también psicológico. De esta
manera se trabaja el tema de la autoestima. La coordinadora señala que la exclusión se palpa y que es difícil que en la playa "acepten a la persona diferente".
"La gente que baja de mañana es del barrio, ya nos conoce y se acerca pero no es fácil", remata.
Fuente:Suplemento” Que pasa” , Diario El País. Montevideo – Uruguay
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